domingo, 4 de septiembre de 2016

quieto en el tren

¿Cómo querías que los soñadores reciban tu partida? ¿Partiéndose? ¿Rasgando los telones del cielo, armados de sangre, clamando por la sangre de dios? ¿Querías que se partan bajo el peso de la estrella y sus restos salpiquen toda la tierra, aliviando tu olvido? ¿Querías que todo entrase en la sombra y callase y pudieras fugarte a la hora precisa en que parte el tren, sin dobleces, sin nada que haya quedado olvidado en un cajón? ¡Querías despertar al día siguiente con la cara fresca, con el sol indistinto diciendo solamente 'ahora'! ¡Querías desexcitar a los pájaros para que vuelvan a cantar odas que no exciten a la tragedia! ¡Querías árboles eternos donde hundir tu sangre y gotear al suelo, a la tierra, sin la violencia que hace a las cosas nacer! ¡Querías aprender todos los idiomas y desterrar las palabras que no avanzan...!

¡Querías el espectáculo gratuito desde el punto ciego del teatro donde nada te ve, nada de frente!

Pero los soñadores escriben el guión y ya te soñaron y descubrieron la partícula de tu nombre. En cuanto lo repiten se acaba el decorado y ahí estás, incandescente en la oscuridad, desnudo, respirando escondido entre tus dedos, salteando líneas sin tragar y llegando tarde a la estación, como todos, irresponsables a causa de la realidad. No hay espacio en la tierra para dejar la tierra. Ahí están tus pies y ahí se mueve el polvo, naciendo con tu nombre que te asusta y vibra en el cogote de un pájaro, diciendo todo, diciendo que aunque no vengas ya estarás volviendo.

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