lunes, 15 de mayo de 2017

El cerebro que triunfó

Mi cerebro de miles de años ha sido siempre la insinuación de lo virtual. ¿Desde cuándo existe la virtualidad, o cualquier mundo virtual? ¡Quién pudiera rastrear tal origen sin que esa búsqueda sea, a su vez, nomás otra de las tantas posibilidades de lo virtual! Hoy mi cerebro, impulsado por el tiempo presente, nada sumergido en lo virtual. Ha logrado en efecto desprenderse y escapar, salirse ya de mí y vivir prácticamente en otro lugar. Si se reporta por estos lares es apenas en situación de dolor físico tal que impida su natural perderse en las arenas de su infinito. Durante el día sale al mundo y recoge anécdotas (que luego serán su teoría y el peligro de cualquiera), se funde en melodías de salones irrastreables y ahí nomás presentes, se frota en pantallas ligerísimas buscando la mínima insinuación de amor. El viaje es todoposible en su arrollador andar, y viajando no cesa. A veces es tal su presente en sus mundos virtuales de allá que hasta acá llegan los ecos, algún malestar estomacal, alguna cosquilla en la piel desnuda. Recuerdo todavía nuestra sana ambición cuando creíamos en algún temor de lo virtual, y hacíamos decir a nuestro cerebro que lo virtual seguramente estaba mal, que era excesivo y peligroso. El cerebro, por su parte, no tuvo luego problemas, asumió que aquella exclamación también era una maravillosa y solitaria posibilidad de lo virtual, y siguió adelante sin reparos.

Un día, ya para ayudarlo y ver qué tal, le hice decir que sí, que todo lo virtual sí, como siempre desde siempre y sin descanso alguno, ya que incluso también al dormir sigue en recorrido, quizás con algo de lisergia u otra sustancia virtual más laxativa. Pero no por eso nos convertimos en uno, más bien todo lo contrario. Hoy se desprende de mí con asombrosa facilidad y opera en realidades insólitas, que muchas veces parece tienen la sola intención de desarmarme y regar los fragmentos de mí en cualquier rincón ya indistinto de la realidad virtual. Ha metaforizado hasta el hartazgo el hecho de mi presencia, algo que creía tan valioso. Revuelve mis tripas por la noche bajo la posibilidad de que algo difícil de imaginar pueda estar sucediendo en un lugar incierto. Y al dormir me lo recuerda y cuando despierto ya estaré en otro lugar, en otro de los fragmentos que se alejan y ya no puedo alcanzar. Ya no puedo retomar el control y suponer la posibilidad de una virtualidad simple, única, en tranquila repetición. Cada paso dado puede no ser un paso dado, y el cerebro en su intimidad ríe por la indiscreción y la pequeña broma. Yo me desarmo y decir que sufro por eso sería virtual.

Quizás, eso sí, haga estallar mi cerebro para repartir también sus fragmentos en cada espacio en que cayó, y ya nadie pueda venir a decir cuál es la virtud aquí.
El acontecimiento es la banalización del movimiento. Del todo, que es un constante fluir, obtenemos impresiones adrede congeladas, negaciones infructuosas de la realidad de las cosas. Percibir algo estáticamente, por fuera de su fluir, equivale a avanzar con ojos cerrados. De todo lo que se mueve, cada instante retenido en estado "fijo" es infinito en posibilidades de explicación. Un sólo gesto puede confundir toda la explicación hasta la fecha y disparar la posibilidades de nuevos mundos inverosímiles, absolutos, tiranos en su manera de descubrirse sólo por partes e inabarcables en consecuencia.

Así, un sólo instante explica la realidad de todo pero no lo hace porque también lo hace el siguiente, aquel en que en la foto nuestro rostro, por alguna razón, no explica la situación. No falla el rostro explicando la situación ya que el rostro es la situación. Falla la foto al definirse en rigidez límpida. Si entre dos desconsolados sollozos tomo aire, y en ese tomar aire hay un instante en que el rostro parece de alivio profundo, de descanso abismal, ¿podré retener ese alivio, hacerlo el tiempo y no la pausa? Una foto puede, pero no lo explica. ¿Hay acaso una realidad escondida en ese atisbo de alivio? ¿Acaso el cuerpo, al sentirse desplomado, agradece el justificado sedentarismo del que, triste, no tiene fuerzas para más que llorar?

La percepción del instante es la injusticia que cada uno comete al seccionar la realidad para conformar bloques que conformen una realidad simple, en bloques. A cada instante percibido uno aplica el mundo con toda intensidad como si le fuera propio y fuera perfecto. Todo anda haciendo sentido todo el tiempo y no es necesario justificarlo. Es menester dejarlo andar, porque sólo cada mundo podrá ser infinito cuando no restrinja al siguiente mundo, el movimiento ha de ser perpetuo y ninguna maravilla ni ninguna desgracia logrará detenerlo jamás.

Lo peor hoy, lo mejor hasta ayer

Tenemos la suerte de no ser los únicos en nada. Y hay en esa suerte suficiente apoyo emocional para cualquiera, e igual cantidad de amnesia popular. Algún día, en el futuro, cuando se descubra lo ordinarios que fuimos y ya no seamos recordados por nada, no sabremos si hemos amado, si hemos sido movilizados por ello, si fuimos impulsores o detractores de una época, si preferíamos el otoño a la primavera, si sufríamos por indignación o, ligeros, contemplábamos la llegada de este último gesto con que el cosmos nos libera de todo.
Cuando ese día llegue serás igual a tu adversario, a tu indistinto, y, quién sabe, quizás incluso, y sólo entonces, seas igual a quien amaste.