El idiota marcha enceguecido.
La sigue.
No sabe bien para qué.
Ni su nombre.
Pero la sigue.
Y es todo lo que puede hacer.
La conoció hace poco
dos miradas en un tren
y no supo qué hacer
sino seguirla
sintiéndose idiota
pero de alguna manera eso lo conforta
y la sigue.
"También conocí unos idiotas
que persiguieron a dios",
se repite justificando
sin necesidad de hacerlo.
"Si ahora se diera vuelta
y me mirase
quizás ya no sería tan idiota"
piensa
y para en seco,
aterrorizado.
Lanza un grito
da media vuelta
y corre,
enceguecido.
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