viernes, 9 de octubre de 2015

No nací para escribir ni para dejar de hacerlo y en esa fina dicotomía gasto horas como si fueran las monedas que me pagan otra cerveza en el kiosco de la esquina y me siento en la esquina a creer que debo escribir aquello que pasa por la esquina y es más leve que una pluma y denso como un coágulo que no me deja dormir, nunca me voy a dormir. Me espanta toda esta indeterminación pero es la esquina la que me recuerda que recordar el espanto es creer que algo podría escribir. No soy dueño de ningún comienzo porque mi fin no es mío, en mi fin fundiré esta carne mentirosa en el olvido y quizás entonces entienda o una letra haga sentido, cuando a mi ojo se lo coma un pez y a mi pierna un gusano a través del orgasmo perpetuo de la naturaleza y de los pequeños seres que creí poder tocar con las manos abiertas. No puedo escribir para recordar porque después no habré recordado nada que fuera mío ni yo estaré en el recuerdo, estaré partido entre el cielo y la lava, parpadeando con angustia absorbiendo una esquina que no me ve pasar porque no me moví ni una gota sin embargo en la esquina he dejado partículas de ser que no son palabra ni recuerdo. He parpadeado con angustia porque los ojos duelen frente a tanto y si pudieran hablar dirían ciérrense del todo. Todo recomienza antes de la primera letra aunque me agarre de la A o la Z o el acento en la E y me arrastra lejos de los puntos y las comas. En mi carne toda esa desgracia apenas comenzada de letras que se me pegan porque sí o por el capricho de jugar una mano ya perdida, porque abro los ojos queriendo observar la esquina y miro a la esquina como si fuera el mundo y si no escucho mal es quizás una risa o un viento que muda o un silencio malinterpretable. No es yo ni ningún yo, es una tormenta de palabras que no dicen nada porque no son el mundo que veo ni mucho menos el que no veo. Son vómitos invisibles en mis pantalones manchados de esquina que luego desaparece en otra esquina o una avenida ancha rápida como un parpadeo angustiado que se lleva la fuga hasta donde mis ojos no ven paralelo alguno. No tengo tiempo de ordenar sin embargo paso horas infinitas ordenando mi cuarto y limpiando la cocina queriendo poner palabras en un todo que se desordena simplemente y borra mis palabras y mi tiempo ahí ha sido una ilusión. Si pudiera vivir sin esquinas una cerveza duraría mas o menos, tal vez el tiempo justo de una cerveza y nada más, sin la urgencia de mis ojos prolongando el fin de la cerveza hasta creer que he embriagado mi carne en el intento de ser olvidado de una vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario