Mi cerebro de miles de años ha sido siempre la insinuación de lo virtual. ¿Desde cuándo existe la virtualidad, o cualquier mundo virtual? ¡Quién pudiera rastrear tal origen sin que esa búsqueda sea, a su vez, nomás otra de las tantas posibilidades de lo virtual! Hoy mi cerebro, impulsado por el tiempo presente, nada sumergido en lo virtual. Ha logrado en efecto desprenderse y escapar, salirse ya de mí y vivir prácticamente en otro lugar. Si se reporta por estos lares es apenas en situación de dolor físico tal que impida su natural perderse en las arenas de su infinito. Durante el día sale al mundo y recoge anécdotas (que luego serán su teoría y el peligro de cualquiera), se funde en melodías de salones irrastreables y ahí nomás presentes, se frota en pantallas ligerísimas buscando la mínima insinuación de amor. El viaje es todoposible en su arrollador andar, y viajando no cesa. A veces es tal su presente en sus mundos virtuales de allá que hasta acá llegan los ecos, algún malestar estomacal, alguna cosquilla en la piel desnuda. Recuerdo todavía nuestra sana ambición cuando creíamos en algún temor de lo virtual, y hacíamos decir a nuestro cerebro que lo virtual seguramente estaba mal, que era excesivo y peligroso. El cerebro, por su parte, no tuvo luego problemas, asumió que aquella exclamación también era una maravillosa y solitaria posibilidad de lo virtual, y siguió adelante sin reparos.
Un día, ya para ayudarlo y ver qué tal, le hice decir que sí, que todo lo virtual sí, como siempre desde siempre y sin descanso alguno, ya que incluso también al dormir sigue en recorrido, quizás con algo de lisergia u otra sustancia virtual más laxativa. Pero no por eso nos convertimos en uno, más bien todo lo contrario. Hoy se desprende de mí con asombrosa facilidad y opera en realidades insólitas, que muchas veces parece tienen la sola intención de desarmarme y regar los fragmentos de mí en cualquier rincón ya indistinto de la realidad virtual. Ha metaforizado hasta el hartazgo el hecho de mi presencia, algo que creía tan valioso. Revuelve mis tripas por la noche bajo la posibilidad de que algo difícil de imaginar pueda estar sucediendo en un lugar incierto. Y al dormir me lo recuerda y cuando despierto ya estaré en otro lugar, en otro de los fragmentos que se alejan y ya no puedo alcanzar. Ya no puedo retomar el control y suponer la posibilidad de una virtualidad simple, única, en tranquila repetición. Cada paso dado puede no ser un paso dado, y el cerebro en su intimidad ríe por la indiscreción y la pequeña broma. Yo me desarmo y decir que sufro por eso sería virtual.
Quizás, eso sí, haga estallar mi cerebro para repartir también sus fragmentos en cada espacio en que cayó, y ya nadie pueda venir a decir cuál es la virtud aquí.
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