lunes, 15 de mayo de 2017

El acontecimiento es la banalización del movimiento. Del todo, que es un constante fluir, obtenemos impresiones adrede congeladas, negaciones infructuosas de la realidad de las cosas. Percibir algo estáticamente, por fuera de su fluir, equivale a avanzar con ojos cerrados. De todo lo que se mueve, cada instante retenido en estado "fijo" es infinito en posibilidades de explicación. Un sólo gesto puede confundir toda la explicación hasta la fecha y disparar la posibilidades de nuevos mundos inverosímiles, absolutos, tiranos en su manera de descubrirse sólo por partes e inabarcables en consecuencia.

Así, un sólo instante explica la realidad de todo pero no lo hace porque también lo hace el siguiente, aquel en que en la foto nuestro rostro, por alguna razón, no explica la situación. No falla el rostro explicando la situación ya que el rostro es la situación. Falla la foto al definirse en rigidez límpida. Si entre dos desconsolados sollozos tomo aire, y en ese tomar aire hay un instante en que el rostro parece de alivio profundo, de descanso abismal, ¿podré retener ese alivio, hacerlo el tiempo y no la pausa? Una foto puede, pero no lo explica. ¿Hay acaso una realidad escondida en ese atisbo de alivio? ¿Acaso el cuerpo, al sentirse desplomado, agradece el justificado sedentarismo del que, triste, no tiene fuerzas para más que llorar?

La percepción del instante es la injusticia que cada uno comete al seccionar la realidad para conformar bloques que conformen una realidad simple, en bloques. A cada instante percibido uno aplica el mundo con toda intensidad como si le fuera propio y fuera perfecto. Todo anda haciendo sentido todo el tiempo y no es necesario justificarlo. Es menester dejarlo andar, porque sólo cada mundo podrá ser infinito cuando no restrinja al siguiente mundo, el movimiento ha de ser perpetuo y ninguna maravilla ni ninguna desgracia logrará detenerlo jamás.

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