miércoles, 3 de agosto de 2016
el llano
Llevo conmigo el precipicio hasta el borde. Ahí donde las piedritas bajo los pies pueden ser una rápida traición. Ahí donde haya una vista que valga la pena. Donde el viento puede cambiar y decidir matarme sin tiempo a ofrecer explicaciones. Donde llorar puede ser cualquier cosa. Donde me siento más ligero que nunca, la mitad de mí es el abismo, la mitad de mí podría volar, la otra mitad puede morir donde quiera. Lo llevo y no pesa, es un acompañante cortés, sonríe a menudo, acaricia los escalofríos en mi cuerpo. Lo llevo o sí pesa, se sienta sobre mis hombros y me atrae hacia abajo susurrando, conciente de que mi cabeza es la parte más pesada de mi. Me asomo a mirarlo, es como yo pero más amplio, con todo el aire que me falta. Es puro como un sólo instante, una sóla sensación terminal, el calor del aire que sube y yo sueño con atravesarlo por un instante. Voy por el borde. Ocasionalmente miro hacia abajo. No lo necesito. Ahí está. No lo pienso. Tengo la mejor vista. Camino sobre piedritas, las esquivo, sorteo los juegos de su compañía, que promete volar. Camino sobre piedritas hasta que una, juguetona, decida girar sobre sí, ponerse cómoda.
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