lunes, 21 de diciembre de 2015

quizás ya totalmente automatizado
observando cifras en la luz
que es la pared frente a la cual
todo hoy se refleja e imagina
extrae los cálculos posibles,
las relaciones por recrear,
la infinitud del chorro de símbolos
en que han diseñado la realidad
para el autómata;
con los ojos globalmente abiertos
y el mecanismo sin parpadear,
se hunde por lógica e inercia
en la constante interpretación
de la meta interpretación,
y entre todo ese ramaje
algo del néctar del raciocinio
logra alimentar al autómata
para que no abandone su función;
y logra convencerse
de su cuestionable andar
frente a una particular condensación
justa y minuciosa
que justifica toda empatía
de nuestro moderno abanderado:
cuando ve el nombre
entreverado matemáticamente al azar
del fruto de los sueños
de sus sueños de piel
escrito en la pared
y la pequeñísima suma
de esos símbolos
envalentona al esclavo
que entonces cree
que todo debiera haber existido
así tal cual
para detenerse ante la belleza
y parpadear
y con un gemido
muy poco locuaz
retoma el mundo
hasta volver a encontrar
iguales símbolos
matemáticamente
al azar


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