Todo vuelve,
pensabas,
y no lo veías partir.
Necio, de pie en la orilla,
mirando al horizonte,
con sólo dos ojos
y un verbo por vez,
sabiéndolo todo
y negando la mitad,
la del suspiro en la nuca
que te toca y asusta.
Veías o repetías
y negabas al dulce silencio
la justicia de tus párpados
cerrados,
la gentileza de negar las rectas
y calmar los hombros
para que vuelva por la espalda
sin temerte 
a susurrar la señal de largada 
y ya otra vez
vuelva a partir
cuando todavía pensabas. 
 
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