el punto muerto es fácil y atroz. allí, quietos, observando todo con demasiadas herramientas, sobre-civilizados en las dotes confusas del amor a priori. nos desafectamos sin que medie voluntad. nos fuimos. no había donde ir sin embargo nos fuimos. sin entender buscábamos las calles oscuras, el final de algo. todo había acabado ya. donde habían relatos idénticos y maravillosos no había ahora más que una pared, cerveza, silencio de gatos. los ojos así se afilaron, miraron alertados, tanto que se fundieron. saben ubicarse ahora contra esa pared. ese rincón, el único desde donde se pudo mirar el mundo con nuestros ojos, y no el siguiente nivel al siguiente nivel como tanto nos enamoraron del cielo. hay paredes! y nosotros no las construimos. nos burlábamos de ellas espiando por las ventanas, de noche, la cara tapada o estrujada de una risa que no venía en forma ni lugar, no nos reímos de nada, y la risa sigue estallando desde adentro. mi frente vio rasparse, de tanto atravesar la pared. pero tampoco vimos nada del otro lado. vimos todo, eso sí, pero nada lo pudo atravesar. habían espejos muy bien enmarcados que no nos miraban. nos mirábamos entre nosotros, a veces con vergüenza y a veces con el amor infinito que dan la fatiga y el calor. no estábamos muertos, no queríamos morir. no queríamos que cese nada tampoco. simplemente no lo pudimos evitar.